Con respecto a las
organizaciones de base, los sindicatos controlaron, achicaron el espacio de
acción autónoma, intervinieron a las secciones demasiado inquietas; a la vez,
se hicieron cargo de funciones cada vez más complejas, tanto en la negociación
de los convenios como en las actividades sociales, y debieron desarrollar una
administración especializada, de modo que la fisonomía de los dirigentes
sindicales, convertidos en una burocracia estable, se diferenció notablemente
de la de los viejos luchadores. En la base, la acción sindical conservó una
gran vitalidad, por obra de las comisiones internas de la fábrica, que se
ocuparon de infinidad de problemas inmediatos referidos a las condiciones de
trabajo, negociaron directamente con patronos y gerentes, y establecieron en la
fábrica un principio bastante real de igualdad. Hasta 1949 las huelgas fueron
numerosas, y se generaron al impulso de las reformas lanzadas desde el
gobierno, para hacerlas cumplir o extenderlas, con la convicción por parte de
los trabajadores de que se ajustaban a la voluntad profunda de Perón. Éste se
preocupaba por esa agitación sin fin y procuraba profundizar el control del
movimiento sindical. Los gremialistas que los acompañaron inicialmente fueron
alejándose, reemplazados por otros elegidos por el gobierno y más proclives a
acatar sus indicaciones. Las huelgas fueron consideradas inconvenientes al
principio y negativas luego, se procuró solucionar los conflictos mediante los
mecanismos del arbitraje y en su defecto, se optó por reprimirlos, ya sea por
mano del propio sindicato o por la fuerza pública.
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